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miércoles, 19 de diciembre de 2012

E incluso sin haberte visto.

He visto una noche envidiosa,
llorando la injusticia de preferirte
en susurros
que a ella a gritos.

A los poetas desangrándose
sobre las paredes,
a brazos abiertos,
con la inmoralidad tatuada tras sus estrellas
como tus lunares.

No he visto nevar,
pero lo he imaginado sin frío. Y te he imaginado a ti, después,
abrazándome
como quién abraza una duda,
es decir: con cuidado para que no quepa el daño.

Te he visto capaz de amar, amor,
y de abrirte de piernas a la vida
para que tuviera
de verdad
una razón de ser.

Y, así, cachondo el mundo,
serías tú la causa de muchas guerras. Y la consecuencia.

Y sé que serías también quien pusiera una flor
por cada cien cañones,

y la primavera te desnudaría
en versos,
y habría una paz imposible de romper.

He visto de nuevo a la noche aún más envidiosa
menos inmortal sin ti. Y al placer
cobrando un sentido diferente desde tus manos.

Y nos vi, flor nevada,
carretera arriba en el mapa
en busca de una casa que nos entienda,

quitándonos vendas de los ojos
como el que mira por primera vez
al abismo
y éste se reconoce derrotado
con toda la belleza;

y nos vi gatas callejeras
por calles que no nos merecían,

y dejando realmente desiertas las playas
y a las ciudades con más ganas aún,

y supe entonces,
incluso sin haberte visto nunca,
que cualquier lugar
sería perfecto
contigo a mi lado
bailando sobre la cuerda
que nunca nos iba a atar.

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