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jueves, 7 de agosto de 2014

Gabriela

Las veces que debí escribir tu nombre
y no lo hice.
Desordené tanto las letras que hasta parecías otra.

Las veces que quise marcar tu número. Y ya no lo conocía.

Poco recuerdo de tener 7 años.
O 12.
O 16.

Excepto Gabriela.

Larga como una mañana de verano en la que sólo quieres lamer la playa.

Dulce como la mancha de chocolate
que me quedó en la camiseta que me quitaste aquel día.

Gabriela tenía el pelo
del tamaño de una hoja de palmera. De verdad,
jamás entendí su pelo.

Ni su sonrisa.

La sonrisa de 7 de la mañana en punto y en frío
y ella de colores.

No entendía nada. Por qué una falda
le quedaba como una carpa de circo: llena de risas y leones.

Por qué conseguía subir una escalera
con sólo poner un pie en el suelo.

O esa bendita obsesión por llevar sandalias cuando llovía. Las camisetas de asillas en pleno diciembre.

Las canciones tristes en medio de la fiesta.

El viento que se paraba para que ella pasase.

La boca de Gabriela. Y sus innumerables dientes.
Los gestos de Gabriela.
El sitio en el que se sentaba
para que temblase el cielo un poquito.
Las manos de Gabriela agarrando el bolso de Gabriela, de colores. Como Gabriela.


Es la primera persona de la que tengo recuerdos.
Creo.


Apenas puedo pensar ya en su voz, de hecho
casi no la oigo en mi cabeza.

No sé qué día en concreto desapareció de mi vista,
ni siquiera si de verdad existía
o era sólo
la chica que sabía agarrar las nubes para mí.

Si Gabriela aún me escucha, que no me espere despierta
nos vemos en el invierno.

sábado, 2 de agosto de 2014

Si esto es verano, que me lleven a tu infierno.

Ojo que me he olvidado de lo que pasa cuando no se llora.

Que ahora sólo sueño lo que no me haces. Y casi todo son pesadillas. 

Que escribo corriendo. Detrás de ti. Por si te alcanzo.

Que el día en que llegue estoy segura que no será tu hombro el que toque.
Ni serás tú quien se gire.
Y seguiré yo llorando.

No me mires con cara de asombro
al verme muerta.

Debiste pensarme antes.

Ir en dirección prohibida es coger la calle de tu casa.

Estás en obras.

Estoy deshecha.

Se ha terminado la gasolina.

Y nadie me prendió fuego.

Voy a esperarte en el más allá. Corre.

Quiero asegurarme de que no es tu cara la que me mire al final del túnel.

Nunca me devolviste el corazón por amor, sino por pena.

Ojalá te hubieses asegurado de poner tierra entre nosotros.

Ojo, que ya no sé para qué vine.

Que has cambiado tanto de teléfono que he terminado por no aprenderlo.

Que sonrío al verte pasarme de largo.
En el cementerio.

Que llevo una lápida colgada del cuello con una frase en lugar del nombre: Ahora no consigo acordarme de dormir.

Y todavía estoy tratando de olvidar que ser feliz
no implica necesariamente
dejar de buscarte.