Solías decirme con tus silencios
que las noches sin luna
mejor desnudarse solo,
que tomar la mano
en lugar de una copa
era un insulto a mis versos
que ojalá verme
sonrojada y sonriente
con aquella cara de sexo, según tú,
tan preciosa;
escribiendo,
siempre borracha y a la vez serena,
siempre ausente
y desnuda en piel y alma.
Repetías incesante
que tenías un corazón canalla del que no debía enamorarme,
que yo no sabía querer bien
y que a golpes
tampoco lo entendería.
Me pusiste un muro a la altura de tus miedos
y me prohibiste aprender a trepar.
Me dejaste la arena pegada a la piel.
pero te llevaste el mar y la playa
en cada viaje.
Te me hiciste tan inalcanzable, cabrón,
y un poco
te odié por ello.
Pero ahora,
a oscuras,
nos pienso alegres, exhaustos
y desgarrados en la cama
y aún recuerdo los espasmos de tu polla
justo antes de correrse
en mi boca,
y eso, cariño,
muy a tu pesar,
comprendí que era el amor
y no los versos de Neruda.