Anudo mis cuerdas vocales para formar una horca. Me pongo de puntillas hasta alcanzar la viga de madera que atraviesa el techo. Me enredo, como una serpiente a la espera de la muda.
Me hago un lazo en el cuello y lamo la sangre que aun brota. Trato de pedirme perdón, pero la voz se esconde en un recoveco del páncreas.
El silencio me asfixia más que esta soga.
Recuerdo tu mano en mi garganta para calmarme. Noto vibrar esta angustia que me ata. No necesito nada.
Tu huída fue la excusa para dejarme desangrar.
El sudor se me cuela por las comisuras y empiezo a calentarme.
Si supieras lo que tiembla aquí dentro.
Bajo despacio hasta tratar de rozar el barro que he creado con la arena y mi sangre.
Detengo el tiempo justo en el momento de la despedida.
Me encantaría despedazar tus ojos para que mi muerte sea tu única imagen.
En lugar de eso, aprieto los dientes. Divido mi lengua en dos, una es tuya, y te busca impaciente más que el último aliento.
La otra guarda el secreto de mi pena.
Habría dejado que me despellejases con tal de verte sonreír.